La historia de Ariel refleja la realidad del cáncer infantil en Chile. Niñ@s que deben dejar sus hogares y a sus familias y trasladarse a cientos de kilómetros de distancia en busca del tratamiento oncológico necesario. Años de quimioterapias, recaídas y la búsqueda de un donante compatible.
Desde que tenía dos años de edad, Ariel viene enfrentando el cáncer, con el apoyo de su familia, fundaciones como Nuestros Hijos y el Estado a través de la Red PINDA. Ariel ahora tiene 11 años y sigue en tratamiento en la Unidad de Oncología Infantil del Hospital Regional de Concepción, donde también está estudiando en una escuela intrahospitalaria para niñ@s con enfermedades complejas de larga estadía. Desde ahí fue derivado al Hospital Calvo Mackenna en Santiago para ser trasplantado de médula ósea sanguínea.
Ariel no tiene hermanos, pero sí un padre y una mascota -Pandora- a quienes extraña mucho y que lo esperan con ansias en la tranquuila y sureña localidad de Tomé en la Región del Bío Bío. A mediados de mayo de este año, Ariel se vino con su madre -Marcela- a Santiago, sin conocer la capital y sin deseos de descubrirla. Lo suyo es el campo, el bosque, el susurro del río abriéndose paso por entre los sauces y el canto de los pajarillos en la mañana. Allí tiene una roca secreta, una especie de lugar encantado donde le gusta estar porque percibe la paz y el alivio que el cáncer le ha negado.
Ariel lleva poco más de 60 días luego de trasplantado de médula ósea sanguínea, totalmente aislado de los demás como exige el protocolo de cuidados postoperatorios. No puede contagiarse de ninguna clase de enfermedad porque pondría en serio riesgo todo lo avanzado. Además, después del trasplante él quedó sin protección inmunológica, como si hubiera vuelto a nacer, sin vacunas.
Los días en Casa de Acogida de Fundación Nuestros Hijos los pasa leyendo a Los Compas -confiesa que ya leyó todos los ejemplares que le regalaron- y jugando con Legos ya que también le encanta construir.
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